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Regreso

El incansable espíritu polaco

06.11.2020

Polonia renació una y otra vez. Se mantuvo invicta, desarrollando la educación y la ciencia, innovando económicamente y creando arte. Y se alzó al vuelo.

Jarosław SZAREK, Historiador y Presidente del Instituto de la Memoria Nacional.

Jarosław SZAREK, Historiador y Presidente del Instituto de la Memoria Nacional.

En el siglo XIX, sin un estado propio, no solo construimos cultura, ciencia y economía nacionales, sino que también creamos un estado de ánimo que dio pie a que varias generaciones nacidas en cautiverio siguieran pensando en una Polonia independiente.

En noviembre de 1918, llegó a muchas capitales del mundo, desde Washington hasta Tokio, un cable enviado desde Varsovia, notificando el renacimiento de la República de Polonia. Se informaba que el gobierno polaco “reemplazaría el reinado de violencia que había pesado mucho en el destino de Polonia durante ciento cuarenta años”. Esto significaba el regreso de la Polonia independiente al mapa de Europa, del que había sido borrada tras un acuerdo entre los estados vecinos de Austria, Prusia y Rusia a finales del siglo XVIII.

Se convirtió en un símbolo el hecho de que el cable que informaba sobre el renacimiento del estado independiente se enviara desde un lugar que era símbolo de la dominación extranjera, la Ciudadela de Varsovia, construida por los rusos en la década de 1830, tras la derrota del levantamiento de noviembre y en donde muchos polacos que lucharon por la independencia fueron ejecutados o hechos prisioneros. Entre ellos estaba el Comandante en Jefe Józef Piłsudski, confinado en el famoso Pabellón X de la Ciudadela y cuya firma figuraba en el cable.

¿Cuántas veces durante el tiempo de cautiverio hubo que superar la amargura de la derrota, cuando todas las circunstancias apuntaban a que las palabras finis Poloniae, el fin de Polonia, se estaban haciendo realidad?

La “restauración de la independencia y soberanía de Polonia” fue posible gracias a que en aquel crucial momento, los polacos estaban listos para construir las estructuras de un estado independiente y tenían la fuerza para defenderlo eficazmente en los siguientes años. Para llegar a este momento, desde 1795, cinco generaciones de polacos emprendieron acciones en busca de la independencia.

Durante más de un siglo, no faltaron personas dispuestas a luchar por el resurgimiento de la patria independiente. A menudo, esta bandera fue llevada por muy pocos, a los que les tocó enfrentarse no solo a los invasores, sino superar la pérdida de la esperanza en la victoria de compatriotas que optaron por la indiferencia o incluso por la traición. ¿Cuántas veces durante el tiempo de cautiverio hubo que superar la amargura de la derrota, cuando todas las circunstancias apuntaban a que las palabras finis Poloniae, el fin de Polonia, se estaban haciendo realidad?

Ya en 1797, en las filas de los soldados emigrantes a Italia que fueron los primeros en luchar en las Legiones Polacas formadas junto a Napoleón y Francia, nació una canción que trajo esperanza. Sus palabras “Polonia aún no ha muerto mientras nosotros vivamos...” que hoy hace parte de nuestro himno nacional y que continúan con la frase “lo que la fuerza extranjera nos arrebató, lo recuperaremos con la espada...”, fijaron el programa de la lucha armada emprendido en los levantamientos nacionales. Los más grandes, dirigidos contra Rusia – el de noviembre de 1830 y el de enero de 1863 – terminaron en sangrientas represiones, la deportación a Siberia de miles de sus participantes, la confiscación de propiedades, la pérdida de muchas instituciones y derechos, y la imposición de una brutal “rusificación”.

Sin embargo, el espíritu polaco seguía presente en las familias, en los hogares, donde las madres enseñaban a rezar y contaban historias sobre preciados hechos del pasado y héroes, elevando oraciones a la “Virgen Santa que defiende a Jasna Góra e ilumina Ostra Brama”¹, peregrinando a los lugares santos de Jasna Góra, Vilno o Gietrzwald... La Iglesia mantuvo vivo el espíritu de la nación y nunca faltaron sacerdotes que compartieran el destino de la nación, fundaran escuelas, se enlistaran en las tropas de los levantamientos y terminaran en Siberia o en la horca.

Las derrotas militares y las represiones apartaban a los polacos de la actividad militar. Se buscaba entonces poder actuar en las esferas económica, científica y educativa alcanzando triunfos. Sus huellas las encontramos hoy en mapas y publicaciones científicas. De los desterrados a Siberia por participar en el levantamiento de enero, quedaron los nombres que en su honor fueron dados a las montañas de Czerski, Dybowski y Czekanowski. Por otro lado, en el Chile lejano podemos toparnos casi en cada lugar, con remembranzas de Ignacy Domeyko – emigrante que se vio obligado a abandonar su patria después de la derrota del levantamiento de noviembre.

Mientras tanto, en el país, frecuentemente los otrora insurgentes fundaban asociaciones económicas, bancos, sociedades agropecuarias, bibliotecas y asociaciones científicas, siendo, a pesar de la represión, eficaces en mantener la propiedad polaca de la tierra y la red de sus instituciones. No pocos fueron los que, aunque estando al servicio de los invasores, trabajaron en pro de su patria.

 

Desposeídas de su propio país, las siguientes generaciones no solo seguían sintiéndose polacas, sino que estaban dispuestas a sacrificarse por la patria. La nación privada de su soberanía se expresa a través de la memoria y la cultura. Las más destacadas obras creadas durante el yugo de la época de las particiones, hasta hoy forman parte del canon nacional. Entre ellas, están las obras escritas en el exilio por nuestros grandes poetas románticos Adam Mickiewicz, Juliusz Słowacki y Zygmunt Krasiński. Coladas por las fronteras debido a la censura, despertaban a las nuevas generaciones de polacos, al igual que las grandes obras del compositor y pianista Fryderyk Chopin, llenas de nostalgia por el país. Su música hoy en día sigue conmoviendo a millones de personas en todo el mundo.

Polonia no estaba en el mapa de Europa cuando Maria Curie-Skłodowska, como la primera polaca y primera mujer honrada con el premio Nobel, llamó al elemento químico que había descubierto “polonio” y en esta forma inscribir para siempre la presencia “polaca” en la tabla periódica de los elementos. Dos años más tarde, en 1905, el Nobel de literatura fue otorgado a Henryk Sienkiewicz, autor de Quo vadis y por aquel entonces, el escritor más leído desde Rusia hasta los Estados Unidos. Durante la gala de entrega del Nobel dijo sobre su patria: “La proclamaron muerta, y he aquí una de las miles de pruebas de que vive. La proclamaron conquistada, y he aquí una nueva prueba de que sabe triunfar”. Con la lectura de su Trilogía - novelas que relatan las guerras del s. XVII de Polonia con Turquía, Suecia y los Cosacos - se formó todo un ejército de polacos, al que en varias ocasiones tuvieron que enfrentar los invasores.

Muchos de los jóvenes que se enlistaron en las Legiones de Piłsudski tras el estallido de la I Guerra Mundial o en el ejército formado por los emigrantes polacos en los Estados Unidos, llevaban en su mochila los libros de Sienkiewicz. Estaban dispuestos a luchar y morir por Polonia, aunque sus abuelos hubieran nacido ya cuando esta no estaba en el mapa. Polonia se mantenía viva también en las obras de los pintores históricos. Uno de los más originales, Jacek Malczewski, clamaba: “Pintad de tal forma que Polonia resucite”. Un año después de la muerte del más famoso de ellos, Jan Matejko, fue organizada en Leópolis la exposición de sus pinturas. Se celebraba entonces, el 100º aniversario de la batalla de Racławice de 1794, donde el ejército dirigido por Tadeusz Kościuszko que había luchado antes por la independencia de Estados Unidos, y apoyado por las tropas campesinas, venció a los rusos. En  una rotonda construida para esa ocasión se mostró una pintura monumental de más de cien metros de largo, obra de Jan Styka y Wojciech Kossak, en la que se presentaba la victoriosa batalla contra los rusos. Innumerables multitudes de polacos recorrían cientos de kilómetros para verla. Con asombro susurraban: “No es una pintura, es un hecho”.  

No podremos saber cuántos de los miles de jóvenes, muchas veces en pueblos lejanos, se convirtieron en polacos, siendo coautores de una nación moderna, una nación sin su propio país, pero con una gran riqueza cultural y  de costumbres. Gracias a ellos no solo se mantenía viva la polonidad, sino que además, las personas cuyos antepasados habían llegado a Polonia de los países vecinos para “germanizar” y “rusificar” se convertían en polacos. Polonia finalmente los sedujo con su “espíritu incansable”. De él surgió la acción del 11 de noviembre de 1918 que trajo la Polonia independiente.

Texto publicado simultáneamente en la revista mensual polaca “Wszystko Co Najważniejsze” como parte de un proyecto realizado con el Instituto de la Memoria Nacional.


[1] N. del T. Fragmento del poema épico Pan Tadeusz de Adam Mickiewicz. Jasna Góra [Monte Claro, Częstochowa], Ostra Brama [Puerta de la Aurora, Vilna].

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