La carrera de relevos Polaca por la libertad
22.01.2023
Karol Nawrocki Presidente del Instituto de la Memoria Nacional.
Los polacos nunca han aceptado que su destino lo decidan otros. El Levantamiento de Enero del siglo XIX, una heroica guerra de guerrillas contra los ocupantes rusos, forma parte de esta actitud.
La noche del jueves 4 de agosto de 1864, la gente abarrotaba las iglesias del centro histórico de Varsovia. El día no era festivo, por lo que la vigilante policía zarista adivinó el motivo de tan numerosa concentración de fieles en los templos. Entre los habitantes de la ciudad corrió la noticia de que los miembros del Gobierno Nacional polaco serían ejecutados al día siguiente por sentencia de un tribunal ruso.
Al día siguiente, una multitud de miles de personas despidió en silencio a los cinco condenados que eran conducidos a la horca. El mayor de ellos, el general Romuald Traugutt, tenía apenas 38 años. Fue el líder del Levantamiento de Enero, la gran insurrección polaca emprendida para librarse del yugo ruso. Aunque los combates continuaron hasta otoño, la muerte de Traugutt y de cuatro de sus camaradas fue el final simbólico de esta insurrección. “Subieron impasibles al cadalso y se sometieron a su destino con perfecto [...] aplomo” – informaba poco después el New York Times. A pesar de que en América se estaba librando una guerra civil, el periódico encontró en aquellos días de agosto dos veces espacio en sus páginas para acercar a los lectores “el último acto en la tragedia de la rebelión polaca”.
Vivir como personas libres
A mediados del siglo XIX, Occidente se encuentra inmerso en la primera fase de la revolución industrial, que aún no ha concluido. En 1859 comenzó la construcción del Canal de Suez, que acortó radicalmente la ruta de Europa a la India y al Extremo Oriente. Un año más tarde, Étienne Lenoir patenta en Francia su motor de combustión interna. En 1861, el telégrafo une la costa este de América con la costa oeste.
La modernidad llamaba a la puerta de Polonia, entonces ausente del mapa mundial, tras un largo retraso. Desde finales del siglo XVIII, el país estaba dividido entre tres poderosas potencias: Prusia, Rusia y Austria. Desde la perspectiva de Berlín, San Petersburgo y, sobre todo, Viena, las tierras polacas son periféricas, y tratadas sin la debida atención. Pero este no es el único problema. Los polacos no pueden vivir como personas libres. Tienen que defenderse de la germanización y la rusificación, y cualquier brote de independencia es brutalmente reprimido.
“¡Nada de sueños!” – declaraba el nuevo zar ruso Alejandro II durante su visita a Varsovia en 1856. En el Reino de Polonia, como era denominada la antigua parte autónoma de la partición rusa, los campesinos deseaban alcanzar la manumisión. Las manifestaciones patrióticas en Varsovia terminaron con el tiroteo a las multitudes indefensas y la imposición de la ley marcial. El nuevo servicio militar obligatorio, que debía incluir a los sospechosos de actividades conspirativas, acabó por empeorar las cosas. Los reclutas se enfrentaban a quince años de servicio en el ejército zarista, en condiciones terribles y a menudo a miles de kilómetros de su hogar. Muchos prefirieron revelarse y luchar antes que aceptar tal destino.
Así, el 22 de enero de 1863, estalló un levantamiento que iba a resultar ser la más larga de las rebeliones armadas polacas posteriores a la partición. El Gobierno Nacional Provisional convocó a los compatriotas “al campo de la ya última batalla” por la libertad y la independencia. Al mismo tiempo, proclamó la manumisión de los campesinos y subrayó que todos, “sin distinción de fe o linaje”, eran “Ciudadanos libres e iguales del país”. Fue un gran paso en la construcción de una nación moderna.
Una lucha solitaria
Pero los polacos aún tuvieron que esperar más de medio siglo para lograr la independencia. Desde el principio, el Levantamiento de Enero fue un enfrentamiento entre David y Goliat. Sí, el ejército ruso había sufrido una vergonzosa derrota en la guerra de Crimea (1853-1856). Allí, sin embargo, los turcos contaron con el apoyo de tropas modernamente equipadas procedentes de países occidentales: Reino Unido, Francia y el Reino de Cerdeña. Los polacos, en cambio, tuvieron que luchar solos.
“Durante un tiempo, una guerra con la participación de Francia y posiblemente Austria contra Rusia parecía pender de un hilo...” – escribe el reconocido historiador Andrzej Nowak. Gran parte de la opinión pública occidental simpatizaba con los polacos, que luchaban por la libertad contra el despotismo zarista. Pero en los despachos gubernamentales prevalecía una Realpolitik peculiarmente concebida. La ayuda militar para el levantamiento no llegó.
Más bien, fue Rusia la que recibió apoyo. La Convención Alvensleben, celebrada en San Petersburgo el 8 de febrero de 1863, preveía la cooperación ruso-prusiana para la represión del Levantamiento de Enero. Austria, inicialmente indiferente a la insurrección, declaró en febrero de 1864 el estado de sitio en Galitzia, como se denominaban en Viena las tierras anexionadas a la República, y se sumó a la represión de las acciones independentistas polacas. Puede decirse que los tres invasores volvieron a unirse contra la causa polaca.
Alguien se preguntará por qué, a pesar de ello, los insurgentes lucharon durante casi dos años, librando más de mil batallas y enfrentamientos contra el superior ejército ruso. Por las mismas razones por las que, muchas veces antes y después, los polacos optaron por coger las armas cuando otros querían subyugarlos. Por estar en contra de la esclavitud, para mantener el honor y la dignidad personal. Esto ya ocurrió en el siglo XVIII, cuando la debilitada República intentó liberarse de la tutela rusa. Así fue durante todo el siglo XIX, mientras Polonia luchaba por regresar al mapa mundial. Y también en el siglo XX, cuando fue víctima de dos totalitarismos: el nazismo alemán y el comunismo soviético. La libertad de la que disfrutamos hoy solo la conquistó durante más tiempo la generación de “Solidaridad”, el gran movimiento social nacido sobre la ola de las huelgas de agosto de 1980.
La Polonia independiente de preguerra (1918-1939) trató con gran respeto a los veteranos del Levantamiento de Enero, personas que inspiraron de hecho a las generaciones posteriores a luchar por la libertad. Hoy, 160 años después, les debemos el mismo respeto. Y mientras Ucrania se defiende de la invasión rusa, vemos claramente que la libertad no se obtiene de una vez para siempre. Hay que cuidar de ella constantemente y, cuando sea necesario, combatir para defenderla.
Karol NAWROCKI
Texto publicado simultáneamente con la revista mensual de opinión Wszystko Co Najważniejsze en el marco del proyecto realizado con el Instituto de Memoria Nacional y la Fundación Nacional Polaca.