Palabras del Presidente de Polonia en el 75º. aniversario de la liberación del campo de exterminio de la Alemania Nazi, KL Auschwitz
El 27 de enero de 1945, soldados soviéticos liberaron el campo de exterminio nazi alemán KL Auschwitz. Lo que allí encontraron sigue sembrando el terror y suscitando una inequívoca condena moral hasta el día de hoy.
Cerca de 7.000 prisioneros recuperaron su libertad en ese entonces. Anteriormente, entre el 17 y el 21 de enero, unos 56.000 prisioneros fueron sacados de Auschwitz y sus subcampos, siendo forzados a ser parte de las devastadoras marchas de la muerte hacia el corazón del Tercer Reich. Aquellos que permanecieron en el campo no eran más que sombras de personas, permanentemente mutiladas por una inimaginable tortura física y mental. Milagrosamente, sobrevivieron a inhumanas condiciones de vida, al hambre, a las heladas, a las enfermedades, al trabajo esclavista, a las despiadadas palizas, a las humillaciones y a los abusos de sus esbirros. Algunos de ellos fueron víctimas de experimentos médicos criminales. Todos los días presenciaban la muerte de sus compañeros de infortunio: hombres, mujeres, ancianos y discapacitados y niños. Fueron testigos de numerosas ejecuciones, incluidas las llevadas a cabo por miembros de la SS, solo por un cruel entretenimiento. Algunos prisioneros fueron obligados a trasladar los cuerpos de los asesinados a cámaras de gas y a quemarlos en crematorios, sabiendo que correrían exactamente la misma suerte.
Esta es sólo una breve descripción del infierno en la tierra, representado por el Konzentrationslager Auschwitz tal y como era; el lugar donde más de un millón de judíos y miles de víctimas de otras nacionalidades fueron masacrados, incluyendo polacos, romaníes, sintis y prisioneros de guerra del Ejército Rojo. El mismo destino fue compartido por millones de judíos asesinados en otros campos de la muerte nazi alemanes: Treblinka, Sobibor, Belzec, Kulmhof, Stutthof y docenas de otros. Las autoridades del Tercer Reich planificaron y llevaron a cabo el exterminio total del pueblo judío. Es por eso que crearon una red de campos que operaban como verdaderas fábricas de la muerte. Allí se perpetraron los asesinatos como si se tratara de un ciclo de actividad industrial -por cientos y miles, de una manera eficiente-, teniendo en cuenta el factor tiempo y el costo del transporte, llevando registros minuciosos. No ha habido ningún precedente histórico de una deshumanización y degradación tan extrema de millones de víctimas inocentes.
Es difícil ponerlo en palabras, leerlo, hablar de ello... En el libro bíblico de Kohélet encontramos las siguientes palabras: “Porque en la mucha sabiduría hay mucha vejación, y aquel que añade conocimiento, añade dolor”. No obstante, hay que hacer el esfuerzo. Este conocimiento debe ser transmitido a las nuevas generaciones, incluso al precio del dolor que causa. Debemos forjar el futuro del mundo a partir de un profundo entendimiento de lo que ocurrió hace más de 75 años en el corazón de Europa, y de lo que los testigos oculares nos siguen contando. Lo que le aconteció a la nación de los descendientes de Leibniz, Goethe, Schiller y Bach, cuando se infectaron con el virus del orgullo imperial y el desprecio racista, pudo llegar a ser una advertencia eterna. Tampoco debemos olvidar que el último y decisivo paso hacia la Segunda Guerra Mundial, la guerra sin la cual no habría habido la tragedia del Holocausto, fue el pacto secreto entre Hitler y Stalin del 23 de agosto de 1939. El acuerdo significó la privación de la libertad y de la soberanía de Europa Central y del Este y la subsecuente cooperación estrecha entre los dos regímenes totalitarios, que duró hasta las últimas horas antes del ataque que la Alemania nazi lanzó contra la Unión Soviética, el 22 de junio de 1941.
La verdad sobre el Holocausto no debe morir. No debe ser distorsionada ni utilizada para ningún propósito. En nombre de la memoria sagrada de la aniquilación de los judíos y por respeto a otras víctimas del totalitarismo del siglo XX, no podemos, y no lo aprobaremos. No detendremos nuestros esfuerzos en hacer que el mundo recuerde este crimen. Para que nada semejante a esto vuelva a suceder.
Muy tempranamente, el movimiento de resistencia polaco asumió la misión de descubrir la verdad sobre el Holocausto y de apoyar a los judíos amenazados de exterminio. El Estado Clandestino Polaco, establecido en nuestros territorios ocupados, procuró proteger a todos aquellos que hasta hace poco eran ciudadanos de la Polonia independiente. En septiembre de 1940, Witold Pilecki, un oficial del ejército polaco, actuando acorde con las autoridades clandestinas, se dejó encarcelar deliberadamente en Auschwitz. Escapó en abril de 1943, y luego elaboró y transmitió un informe sobre lo que estaba sucediendo allí. Un pasaje del mismo dice lo siguiente: "Los enfermos [con tifo], inconscientes, pero también los casi recuperados (...) fueron abarrotados en furgonetas y llevados (...) a las cámaras de gas. (...) Un niño de ocho años pidió al hombre de la SS que lo dejara ir. Se arrodilló ante él en el suelo. El hombre de la SS le dio una patada en el estómago y lo arrojó a la camioneta como a un cachorro". Jan Karski, un emisario de las autoridades polacas en el exilio, también observó con sus propios ojos los horrores que ocurrieron en el gueto de Varsovia y en el campo de tránsito alemán de Izbica. Preparó un memorando sobre el sistemático genocidio alemán de los judíos. A partir de diciembre de 1942, lo presentó a los líderes de opinión y a las máximas autoridades de las potencias aliadas. Anteriormente, el general Władysław Sikorski, primer ministro del gobierno polaco en Londres, dirigió una nota a los aliados establecidos en la reunión del Consejo de Ministros del 6 de junio de 1942. En ella informó: "...la destrucción de la población judía tiene lugar en proporciones inconcebibles. En ciudades como Vilnius, Lvov, Kolomyia, Stanisławów, Lublin, Rzeszów, Miechów, decenas de miles de judíos son masacrados. La Gestapo lleva a cabo diariamente ejecuciones masivas en los guetos de Varsovia y Cracovia. (...) Los judíos de Polonia han sufrido la más terrible persecución de su historia.
Al mismo tiempo, el Estado clandestino polaco estableció el Consejo de Ayuda a los Judíos en la Delegación del Gobierno de Polonia. Esto permitió que cerca de 50 mil personas obtuvieran documentos, refugio, dinero y atención médica. Los diplomáticos polacos organizaron huidas de judíos a territorios no controlados por la Alemania nazi. Un significativo porcentaje de los sobrevivientes del Holocausto les deben sus vidas a miles de Justos entre las Naciones polacos. En nuestras historias familiares, en documentos históricos y literarios, el recuerdo de muchas personas de origen judío escondidas en áticos, sótanos y establos, sigue vivo. También lo están los recuerdos de compartir con los fugitivos judíos una módica comida o de mostrarles una ruta de escape segura. Y hay que recordar que en Polonia cada gesto de este tipo se castigaba con la muerte a manos de los ocupantes alemanes, algo que ocurrió cientos de veces. Entre millones de polacos también había personas que podrían haber ayudado a los judíos en la clandestinidad, pero no lo hicieron porque no pudieron superar el miedo a perder sus propias vidas y las de sus seres queridos. También hubo quienes, actuando impulsivamente, entregaron a los judíos a las autoridades de ocupación alemanas o cometieron actos vergonzosos. En las dramáticas circunstancias de aquella época, el poder judicial del estado clandestino polaco condenaba a muerte a esos criminales y hacía que los ejecutaran.
Los campos de concentración nazis alemanes construidos en la Polonia ocupada fueron y siguen siendo hasta el día de hoy, una humillación insoportable para nosotros. Contrastan fuertemente con mil años de nuestra cultura e historia; con el espíritu polaco de libertad, tolerancia y solidaridad. El genocidio de los judíos, aunque perpetrado en casi toda la Europa de la guerra, fue un golpe especialmente duro para el Estado polaco, que durante siglos fue multinacional y multiconfesional. La comunidad judía en la Polonia de la preguerra era una de las más numerosas de Europa. De los 6 millones de ciudadanos de la República de Polonia que murieron a raíz de la Segunda Guerra Mundial (más de una quinta parte de la población total), hasta 3 millones eran judíos polacos. Y fueron ellos el grupo más grande de víctimas del Holocausto. La comunidad judía, que vivió y prosperó en suelo polaco durante casi diez siglos, prácticamente desapareció en unos cuantos años. Polonia perdió repentinamente a miles de artistas, investigadores, médicos, abogados y oficinistas judíos, hombres de negocios, artesanos, comerciantes y otros profesionales judíos valiosos. Entre los asesinados se encontraban cónyuges, amigos, vecinos y compañeros de trabajo. En nuestras ciudades, persiste el recuerdo del martirio de los judíos obligados por los ocupantes alemanes a ingresar a los distritos de guetos similares a las prisiones. Sólo quedan unas pocas sinagogas de antes de la guerra que sirven como casas de oración hoy en día. El yiddish y el hebreo ya no resuenan en los edificios sobrevivientes de las escuelas religiosas judías o en los baños rituales. Dentro de las fronteras actuales de Polonia, hay alrededor de 1.200 cementerios judíos identificados, pero no hay ningún sobreviviente que visite las tumbas. Las obras de arte y artesanía judías, los libros antiguos, los grabados y manuscritos escritos por eruditos, escritores y compositores fueron irremediablemente destruidos.
La historia de los judíos en Polonia y su mundo aniquilado, es nuevamente relatada a través de publicaciones y conferencias científicas, festivales, exposiciones, conciertos y monumentos, patrocinados por instituciones científicas y culturales del Estado como museos, teatros, archivos y bibliotecas. Gradualmente, las comunidades religiosas judías, las organizaciones comunitarias, las editoriales y las revistas están volviendo a la vida. Apoyamos estas acciones, porque el nazismo alemán no puede tener la última palabra en la narrativa de los judíos polacos y su martirio.
La conmemoración de la tragedia de la Shoáh deber ser un elemento importante y duradero en la educación para la paz, así como una historia que desciende profundamente en los corazones humanos, derribando las barreras del prejuicio, la división y el odio. Debería ser una lección sobre cómo mostrar comprensión y apoyo a los más afectados por la adversidad.
Con este espíritu es que destacamos el Día Internacional de la Recordación del Holocausto. Por decisión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, desde hace quince años se conmemora en el aniversario de la liberación de Auschwitz. Es por ello, dentro de cuatro días, que en el Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau, en Polonia, donde están enterradas las cenizas de más de un millón de víctimas del Holocausto, nos reuniremos con líderes y altos representantes de países de todo el mundo. Estaremos acompañados por venerables sobrevivientes. En el 75º aniversario del fin simbólico del exterminio, daremos testimonio de la verdad. Juntos, haremos un llamamiento a la paz, a la justicia y el respeto entre las naciones.
¡Memoria Eterna y devoción por los ejecutados en el KL Auschwitz!
¡Memoria Eterna y devoción por las víctimas del Holocausto!